Vivir frugalmente en el siglo XXI
Llamadme J F, mi nombre real es lo de menos. Comienzo este blog con el objetivo de colaborar, con mi pequeño grano de arena, a la difusión de la idea de que otro mundo es realmente posible.
Para conseguir ese "otro mundo", no se precisa únicamente actuar en el ámbito de la política, del mundo sindical, del asociacionismo, etc. , para cambiar la forma en que funciona la sociedad en su conjunto (el modelo de relaciones económicas y laborales, el sistema de protección social, el sistema educativo, la sanidad etc.); sino que, además, es absolutamente imprescindible proceder a cambiar a nivel personal el "estilo de vida", que se nos ha ido imponiendo a lo largo del siglo XX, centrado en el consumismo.
El Consumismo, una pandemia del siglo XX
El consumismo, desde la perspectiva antropológica, es un fenómeno relativamente reciente, que inicia su desarrollo y crecimiento a lo largo del siglo XX, más concretamente en los años 20 en Estados Unidos, como consecuencia directa de la lógica interna del desarrollo de la sociedad capitalista y de la aparición de la publicidad. La “ciencia y el arte” del Marketing contribuyeron de forma definitiva a fomentar el consumo y a generar nuevas necesidades en el ciudadano. A lo largo del siglo XX, el consumismo se fue extendiendo, y se popularizó el término sociedad de consumo, creado por la antropología social, referido al fenómeno de consumo masivo de productos y servicios. Desde el materialismo cultural, el antropólogo Marvin Harris explicaba que:
“…Tras la aparición del capitalismo en la Europa occidental, la adquisición competitiva de riqueza se convirtió una vez más en el criterio fundamental para alcanzar el estatus de gran hombre. Sólo que en este caso los grandes hombres intentaban arrebatarse la riqueza unos a otros, y se otorgaba mayor prestigio y poder al individuo que lograba acumular y sostener la mayor fortuna. Durante los primeros años del capitalismo se confería el mayor prestigio a los que eran más ricos pero vivían más frugalmente. Más adelante, cuando sus fortunas se hicieron más seguras, la clase alta capitalista recurrió al consumo y despilfarro conspicuos en gran escala para impresionar a sus rivales. Construían grandes mansiones, se vestían con elegancia exclusiva, se adornaban con joyas enormes y hablaban con desprecio de las masas empobrecidas. Entretanto, las clases media y baja continuaban asignando el mayor prestigio a los que trabajaban más, gastaban menos y se oponían con sobriedad a cualquier forma de consumo y despilfarro conspicuos. Pero como el crecimiento de la capacidad industrial comenzaba a saturar el mercado de los consumidores, había que desarraigar a las clases media y baja de sus hábitos vulgares. La publicidad y los medios de comunicación de masas aunaron sus fuerzas para inducir a la clase media y baja a dejar de ahorrar y a comprar, consumir, despilfarrar o gastar cantidades de bienes y servicios cada vez mayores. De ahí que los buscadores de estatus de la clase media confirieran el prestigio más alto al consumidor más importante y más conspicuo”.(1)
Desde finales del siglo XX, y de forma más acusada desde principios del siglo XXI, diferentes actores sociales y organizaciones científicas, vienen poniendo en evidencia las gravísimas repercusiones que está originando el crecimiento incontrolado del consumo. Así, alertan de que el consumismo ha provocado la insostenibilidad del modelo de producción y consumo, cuyos efectos negativos se reflejan en el calentamiento global, la contaminación del medio ambiente, la destrucción del ecosistema, el agotamiento de los recursos naturales (agua dulce incluida), y la profundización de la paradoja riqueza-pobreza.
Hay otra serie de repercusiones del consumismo, que afectan a las propias personas (consumidores), y que en casos extremos llegan convertirlos en “adictos a la compra”. El origen de las mismas son, nuevamente, los mensajes que le llegan constantemente al consumidor por parte de los “magos” del Marketing, que ligan la satisfacción versus “felicidad”, en el hecho de ”tener” y no en el de “ser”. Promueven mediante mensajes muy elaborados, que el consumidor no base su felicidad en poseer bienes, sino en desearlos, en el acto de adquirirlos, en la continua compra de cosas nuevas, por superfluas o innecesarias que sean.
Estos comportamientos “hiperconsumistas” son consecuencia del profundo impacto psicológico de los incesantes mensajes publicitarios, que animan a “buscar la felicidad y la realización personal a través de la compra”. Sin embargo, este mensaje esconde un gran engaño ya que, si bien es cierto que no tener lo que realmente necesitamos produce insatisfacción, tener más de lo necesario no proporciona satisfacción duradera. Lo que ya se posee pierde enseguida su atractivo frente a lo que se desea, y de esta forma, la persona entra en una incesante e insatisfactoria cadena de gasto. El consumir, no nos acerca a la felicidad, sino que nos aleja de ella (y a un alto precio). Es esta insatisfacción la que provoca que muchos de los ciudadanos de países “desarrollados”, a pesar de du “nivel de vida”, tengan más problemas psicológicos y sociales, y que la depresión y la ansiedad se hayan convertido en una verdadera epidemia.
La Frugalidad, una muy buena medicina para el siglo XXI
Frente a la propuesta que nos hacen los “magos” del Marketing, los medios de comunicación, los “influencers”, y otros personajes públicos, de “alcanzar la felicidad” siguiendo un estilo de vida centrado en el consumismo, alzo la bandera de la Frugalidad.
Desde pensadores de la antigua Grecia, como Sócrates, a filósofos, moralistas y líderes religiosos, a lo largo de la historia han considerado a la frugalidad y la vida sencilla como una virtud compatible con una buena vida.
Una de las primeras referencias a la frugalidad la encontramos en la cita evangélica de la multiplicación de los panes y los peces:
“…entonces Jesús tomó los panes y, después de haber dado gracias, los repartió entre los comensales; y de los peces igualmente cuanto quisieron. Después que se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los trozos que han sobrado para que no se desperdicie nada” (Juan 6, 11-12).
El término (y el concepto) frugalidad, están definidos por la Real Academia de la Lengua Española como “templanza, parquedad en la bebida y la comida”,aunque lo cierto es que, actualmente, el concepto ha superado el ámbito de la nutrición para generalizarse en el léxico económico y referirse a un modo de vida que adopta un consumo mesurado de bienes y servicios para conseguir diferentes objetivos, desde disfrutar de las cosas simples hasta alcanzar una mejor situación financiera y la deseable sostenibilidad
Se ha definido también a la frugalidad como “vida sencilla”, como estilo de vida consistente en consumir sólo lo necesario para garantizar la supervivencia siempre dentro del libre ejercicio de una opción de estilo de vida (no es el caso de pobreza no deseada). La frugalidad es una filosofía de vida que propugna que se puede vivir con lo justo, gastar lo necesario y ahorrar recursos para cuando sean precisos o para las próximas generaciones Si estudiamos la vida y obras de los exponentes de la frugalidad voluntaria en los últimos siglos, vemos que lo han hecho por razones a menudo próximas a la búsqueda de un sentido de la vida menos superficial y, priorizando la salud, disponer de mayor tiempo para el cultivo personal, para la familia o los amigos, reducción del impacto ecológico personal, disminución del estrés y otras patologías relacionadas con la ansiedad.
Por otro lado, desde la perspectiva psicológica, se ha analizado la relación entre el bienestar psicológico y la frugalidad, evaluada como un comportamiento orientado a la restricción voluntaria del consumo y al uso correcto de los recursos disponibles. Los resultados apuntan a una relación entre comportamiento frugal y mejora significativa en el nivel de bienestar, concluyendo que la frugalidad libremente asumida es un camino al bienestar y a la felicidad.
Por último, es evidente que la implantación del consumismo desaforado erradicó la idea de frugalidad. Sin embargo, en la actualidad, en medio de una importante crisis económica y medioambiental, necesitamos de nuevo la frugalidad en nuestro modo de vivir. La crisis ecológica que estamos viviendo indica que necesitamos con urgencia una nueva generación que busque la sostenibilidad a través de la frugalidad, poniendo en marcha modelos y filosofías de vida que nos conduzcan a nuevas maneras de vivir satisfactoriamente. Esto debería de ir acompañado de diseño de productos y servicios del futuro, que deberán ser más eficientes y beneficiosos para el medioambiente, además de agradables, sencillos y apropiados a esa nueva forma de vida.
Bibliografía
(1) Marvin Harris (1974) Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, Alianza 1992, ISBN 84-206-1755-5, pags. 118 - 120, (trad. Juan Oliver Sánchez)
(2) Frugalidad, deseo y Sostenibilidad Marcel Cano Soler1 (Universidad de Barcelona – Universidad de Vic) Fidel Sebastián Mediavilla2 (Universidad Autónoma de Barcelona) José Vives Rego3 (Universidad de Barcelona) THÉMATA. Revista de Filosofía Nº 62, julio-diciembre (2020) pp.: 37-56. ISSN: 0212-8365 e-ISSN: 2253-900X doi: 10.12795/themata.2020.i62.2 Disponible en
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